Foto: Imagen tomada del documental “The Social Dilemma” (2020)
Por: Gina Romero – Directora Ejecutiva de Redlad
Ayer, en un evento de conmemoración del Día Internacional de la Democracia, cerraba mi intervención indicando que debemos establecer claramente cuáles son las reales amenazas a la democracia. En ese sentido, quiero atar la reflexión con el documental de Netflix ‘El dilema de las redes sociales’ (aunque me parece mejor el juego de palabras del nombre en inglés ‘The Social Dilemma’). ** Alerta de spoiler **
El documental es una cruda radiografía de lo que la tecnología, la inteligencia artificial y las redes sociales han hecho en el mundo. En resumen (aunque todas las personas deberían verlo) indica que las redes pasaron de ser una herramienta a ser un actor que manipula para beneficio de intereses privados específicos. “Hemos pasado de un entorno tecnológico basado en herramientas a un entorno tecnológico basado en la adicción y la manipulación”, en un “modelo lucrativo de la desinformación”. Esto, por supuesto, está afectando nuestro comportamiento social, nuestra inteligencia individual y colectiva y, por supuesto, nuestras democracias. Sin contar que hemos perdido las riendas de la construcción de lo que llamamos ‘verdad’, pero ese sería tema de otro artículo.
Me gusta que el documental no habla en blanco y negro de las redes, o de la tecnología en sí (“utopía y distopía simultáneas”). No etiqueta a las empresas (Facebook, Twitter, Google, etc.) como malignas en sus intenciones. De hecho, el creador del botón de ‘Me gusta’ para Facebook dice que el objetivo de éste era “difundir el positivismo y amor en el mundo”. Entonces no hay que satanizar a la tecnología, las redes o a las empresas que están detrás, pero si responsabilizarlas por las acciones que deberían estar tomando y haber tomado para que su innovación tecnológica no fuera tierra fértil para el daño que está generando. En vez de eso, indica el documental, estas empresas están tratando el dilema como un problema tecnológico, cuando va mucho más allá de eso. Es un dilema ético. De la ética empresarial, de la ética colectiva y de la individual.
Sobre la ética empresarial, el documental es claro en indicar que el problema está fundamentalmente centrado en los modelos de negocios asociados con estas empresas. Una aplicación cualquiera puede volverse infinitamente más dañina de lo que podría inclusive pensarse desde su diseño (asumiendo que los diseños cuenten con análisis de riesgos sociales) dependiendo del modelo de negocio al que se articule su promoción. Ahora, teniendo en cuenta que vivimos inmersos en un capitalismo despiadado, pareciera como si todos los modelos de negocios trajeran altas probabilidades de destrucción bajo la manga.
En cuanto a la ética colectiva, si algo es claro del dilema es que compete a la humanidad como un todo. El problema, según el documental, no es el desarrollo tecnológico en sí, lo problemático es que la tecnología tiene la capacidad de sacar lo peor de la sociedad, y lo peor de la sociedad representa una amenaza existencial para la humanidad. El problema somos los humanos, por lo que solo los humanos podemos resolverlo, no las máquinas o la inteligencia artificial.
Entre las soluciones (porque el documental no se limita a mostrar los problemas) se cuenta con el establecimiento de legislaciones sobre privacidad digital, y de cargas impositivas para la recolección de datos por parte de las empresas; regulaciones del mercado de datos e inclusive prohibiciones de prácticas concretas, así como se tienen regulados muchos otros mercados y prohibidos otros como los de órganos o tráficos humanos.
Se habla también del diseño humano de las tecnologías, es decir, de meterle humanismo al diseño; y se mencionan demandas concretas (que a mi modo de ver deben venir de parte de las ciudadanías y sus organizaciones) para un manejo más ético no extractivo de todos los diseños tecnológicos, pero, sobre todo, de sus modelos de negocio.
El documental queda corto en dos cosas que deberán ser tratadas desde muy diversos análisis lo más pronto posible. La primera, el establecimiento mucho más claro de los posibles links existentes entre esos intereses específicos que aprovechan las redes y la tecnología para fines de manipulación, y las salidas que las mismas empresas tecnológicas podrían usar. Es cierto que el dilema no se resuelve y el peligro no se atiende sólo desde lo tecnológico, pero en el corto plazo, las medidas de contención desde la tecnología y la inteligencia artificial si deberían ser priorizadas.
La segunda es mucho más compleja y está asociada a la regulación del negocio, a la ética del diseño. ¿De dónde deben surgir esas regulaciones cuando la desconcentración global de responsabilidades de corporaciones que no tienen en realidad un escenario concreto jurídico impide muchos controles?
Con seguridad existirán muchos debates que no conozco sobre esto, pero me quedo con la duda de quién y cómo se establece la gobernanza sobre este tema particular, cómo se activa un poder ciudadano colectivo ético y consciente sobre las redes y, sobre todo, ¿cuál es el papel de la sociedad civil? ¿Cómo creamos una voluntad colectiva de cambio?
Mientras que llegamos a tener respuestas claras a esas preguntas, de mi lado, he decidido silenciar las redes. No salirme de ellas, porque me sirven como herramienta de trabajo, pero si hacer un uso más responsable del tiempo que le dedico y la información que comparto. Esto venía rondándome hace meses (en especial desde que personas queridas han decidido juzgarme en privado por malinterpretar lo que publico pasando por encima de los vínculos personales ya construidos), pero ahora creo que es una responsabilidad ética y moral no sólo conmigo misma y mi entorno más cercano, también con el globo entero.
Para las acciones de la ética individual, el documental presenta algunas recomendaciones, cosas muy simples que pueden ser fácilmente realizadas:
- Silenciar las notificaciones de las aplicaciones (ya había silenciado muchas, como los grupos de WhatsApp o las notificaciones de twitter, pero ahora las he silenciado todas);
- Elegir. Es decir, no caer en las recomendaciones de las redes, buscar cosas nuevas y elegir conscientemente, rechazando las elecciones del algoritmo;
- Desinstalar aplicaciones que no son realmente útiles;
- Usar buscadores que no guarden el historial de las búsquedas (Qwant, por ejemplo);
- Antes de compartir cualquier cosa, chequear su veracidad con varias fuentes, y si nos da pereza, mejor no compartir (ante la duda, abstenerse),
- Seguir a gente con la que no se esté de acuerdo, exponerse a diferentes puntos de vista (yo lo hago desde hace mucho y es satisfactorio en términos de romper la burbuja en la que nos mantenemos);
- Ponerle límites a la atención en redes (yo tengo desde hace ya algunos años alertas de tiempo de atención en Instagram, esa es la única que dejé activada), en especial centrado en niños, niñas y adolescentes;
- y sí, la más radical, borrar las redes.
Desde nuestras acciones individuales algo minúsculo podremos hacer, pero es en las colectivas es donde reposa la esperanza de atender el dilema.
“Son los críticos los que impulsan las mejoras. son los críticos quienes son los verdaderos optimistas”.